Una forma de comprender la realidad.

El lenguaje es una forma de acceder al mundo. Determina nuestro razonamiento, la forma cómo entendemos las cosas, las asociaciones entre todo lo que experimentamos y pensamos. Cada idioma (incluyendo su escritura) implica un sistema propio de asociaciones. Los idiomas son filtro a través de los cuales vemos y comprendemos la realidad.

Pocos casos son tan representativos de esto como los kanjis, uno de los sistemas de escritura japonesa junto con los silabarios Hiragana y Katakana. Como gran parte de la cultura japonesa, los kanjis derivan del sistema de escritura chino. El significado más literal de la palabra “kanji” parte de sus dos ideogramas componentes: JI significa “letra “y KAN hace referencia a la dinastía china que estaba en el poder cuando los caracteres chinos fueron importados a Japón. Es decir la “letra de Kan”.

Los kanji son básicamente pequeños dibujos para decir algo. En su origen eran representaciones bastante figurativa y con el tiempo se fueron haciendo cada vez más abstractos. Actualmente existen alrededor seis mil kanjis.  Un universitario japonés domina en promedio 3,000 kanjis, y se calcula que conociendo 1,500 kanjis podríamos leer de forma fluida un periódico. Son tantos y tan complejos que el conocimiento de un gran número de kanjis es un símbolo de erudición; los profesores de literatura llegan a conocer hasta diez mil de ellos.

Los kanjis también funcionan como metáforas. Muchos kanjis son uniones de otros kanjis. Por ejemplo: el kanji de “descansar”, es una unión del kanji de “persona” más el kanji de “árbol”.

El significado de los kanjis tampoco es absoluto. En algunos casos existen más de 20 lecturas diferentes para un solo kanji. Dependen del contexto, uso en combinación con otros kanjis y su ubicación dentro de una oración. Esta “contextualidad” coincide con nuestro enfoque y principios de todo lo que hacemos: Kanji como una abstracción de la realidad, como una forma de interpretar al mundo que nunca es definitiva y siempre es cambiante.

Por eso decimos: hay más realidades que nombres.